El Obispo de la Diócesis francesa de Fréjus-Toulon, Monseñor Dominique Rey, fue el protagonista de la séptima sesión del Curso de Formación Permanente que imparte la Facultad de Teología San Vicente Ferrer en colaboración con la Diócesis de Valencia. Se trata de la penúltima sesión de este año.
Monseñor Rey presentó la ponencia La liturgia en el corazón de la nueva evangelización. Considera que «la liturgia es el instrumento más eficaz para la edificación de la vida cristiana y la promoción de la misión» y en este sentido se convierte en el punto de partida y la cumbre de la tarea evangelizadora. La conferencia estuvo presidida por Monseñor Esteban Escudero, Obispo Auxiliar de Valencia . También quiso asistir a la cita el Cardenal Arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, y Monseñor Arturo Ros, Obispo Auxiliar.
Monseñor Escudero presentó al ponente e hizo de intérprete en el turno de preguntas que se estableció en el salón de actos de la Facultad de Teología. Volvieron a participar sacerdotes presentes en otras tres sedes de la Archidiócesis de Valencia.
El Obispo de Fréjus-Toulon insistió en el hecho de que toda «nueva evangelización deberá cimentarse en una verdadera renovación eucarística», lo que Benedicto XVI llamó «primavera eucarística» porque la Eucaristía es «fuente, centro y cima de la Evangelización». También el papa Francisco, en la Exhortación Evangelii Gaudium insiste en el papel principal de la liturgia en la evangelización. «Cada celebración», dice Monseñor Rey, «es el lugar en el que Dios se comunica y espera una respuesta».
Dominique Rey comentó la importancia de «santificar el día del Señor» puesto que «el día del Señor sigue y actualiza la Pascua». «El domingo no es otra cosa que la celebración semanal del misterio pascual», afirmó. Repasó las «características» de la reunión dominical y destacó que «el hecho que los cristianos se reúnan periódicamente para la oración es, desde el inicio de la Iglesia, algo característico de su forma de vida».
En la actualidad, las personas somos testigos de una movilidad máxima. Eso debe hacer repensar el hecho de que la «la asamblea eucarística del domingo debe jugar con un doble fenómeno de movilidad y de afecto a un lugar que marca la inscripción social en un espacio» concreto, que sería el lugar de reunión. En dicho lugar de reunión reside buena parte de la identidad que muchas personas reclaman hoy en día.
Monseñor Rey considera que «en las comunidades cristianas muchos fieles están a veces yuxtapuestos unos a otros. No se conocen entre ellos». Por ello la celebración eucarística debe tratar de «constituir realmente, visiblemente un cuerpo», es decir, «una red humana y espiritual, un espíritu de familia en el que cada uno es acogido por lo que es, con sus dificultades y sus dones».
«Comiendo todos el mismo pan, el mismo Cristo», dice Rey, «somos arrancados de nuestro individualismo cerrado, de nuestra existencia solitaria, de la privatización de nuestra existencia». Y añade: «Se puede decir pues con justicia que la Iglesia y su misión existen para llevar la acción salvífica, el cuerpo salvífico de Jesús, a todos los tiempos y a todos los lugares del mundo».
Por ello «la evangelización no solo es un anuncio de Cristo, sino también un proceso de incorporación a la Iglesia. De ahí el lazo sacramental entre la evangelización y la eucaristía». Se hace evidente entonces «el lazo intrínseco entre la celebración de la Eucaristía y toda actividad misionera».
El Obispo de Frejús-Toulon considera la Eucaristía como «el motor de la conversión pastoral». «Porque Cristo ha cambiado el pan en su Cuerpo, el vino en su Sangre», afirma Monseñor Rey, «la Eucaristía es el signo y la prueba de nuestra esperanza: un mundo nuevo puede llegar a partir de Cristo, es la prueba de lo que podemos cambiar, de que el mundo no está sometido a lo irremediable».
Además, «es un proceso vivo de transformación en el cual cada uno de nosotros es movilizado para la transformación del mundo. Frente a todos los fatalismos, los escepticismos y las resignaciones que dudan que el mundo pueda cambiar».
Recordó, finalmente, que «es tiempo de que la Iglesia llame a las comunidades cristianas a una conversión pastoral en el sentido misionero de su acción y de sus estructuras». Una conversión pastoral que concierne a todos los actores de la vida eclesial: sacerdotes, fieles laicos, jóvenes, familias y consagrados.
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