La Semana por la vida ha tenido su primera parada, de un total de tres, en el salón de actos de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia. Ha sido en forma de mesa redonda en torno a al tema Todos somos necesarios. El diagnóstico genético preimplantacional y prenatal hoy. Han participado la especialista en diagnóstico preimplantatorio María Jesús López-Prats, el profesor de Ginecología y Obstetricia en la Universidad Católica de Valencia (UCV) José Ángel Mínguez, y la profesora del Instituto Juan Pablo II Gloria Casanova. La mesa ha sido moderada por el Decano de la Facultad de Medicina de la UCV, Germán Cerdá.
Abría la jornada la doctora López-Prats con la charla Diagnóstico genético prenatal y preimplantacional. El discapacitado no nacido. Destacó que el Diagnóstico Genético Preimplatacional (DGP) nació «como una herramienta para prevenir enfermedades genéticas en la descendencia». Los orígenes se remontan a 1968 cuando cuando Gardner y Edwards comienzan a realizar biopsias de blastocistos de conejos con el fin de analizar los cromosomas X, sugiriendo «su posible extrapolación a los humanos para el diagnóstico de las enfermedades ligadas a ese mismo cromosoma».
La utilización de estas técnicas llegarán en 1990 y actualmente «los avances tecnológicos han permitido que el DGP pueda utilizarse no sólo para descartar aquellos embriones enfermos sino para seleccionar los que presentan unas características genéticas determinadas», afirmó la ponente.
A continuación presentó las diferentes aplicaciones que se le da a dichas técnicas, más allá del diagnóstico genético de defectos hereditarios en humanos, como la mejora de la eficacia en los procedimientos de fecundación in vitro en parejas sanas o «la selección e implantación de un embrión compatible con un hermano mayor vivo» que se utiliza «para la producción de los llamados bebés medicamento». En este último apartado, quiso comentar la doctora López-Prats que «la relación que se establece entre los hermanos durante el resto de su vida es compleja ya que sienta sus bases en la instrumentalización y la dependencia».
Tras explicar las técnicas que se utilizan para la biopsia o el análisis del material genético, la doctora puso sobre la mesa una realidad: que todas ellas tienen un mayor o menor riesgo de error. Esto quiere decir que se pueden producir «falsos negativos de una enfermedad dominante» y transferir un embrión enfermo o, por el contrario, «eliminar un embrión sano al producirse un falso positivo».
También quiso destacar el hecho de «cómo se transmite la información» a las personas afectadas y «cómo se debería hacer». En este sentido, Mª Jesús López-Prats recuerda que en muchas ocasiones «la presión social y la información poco actualizada han hecho ascender dramáticamente el número de abortos voluntarios de fetos con síndrome de Down». Al mismo tiempo, hizo suya la afirmación del genetista Brian Skotko: «¿Están los médicos de hoy formados en relación con los estatutos de los fetos con discapacidades físicas o psíquicas?».
Puso de manifiesto que técnicas de cribado a causa de una diagnóstico prenatal han hecho que desde 2015, el crecimiento vegetativo de la población de síndromes de Down en España resulta negativo de manera constante, lo que a su juicio, y como también sostiene Agustín Huete, supone un mensaje contradictorio para una sociedad que insiste en las «mejoras en la salud, la esperanza de vida y en las mejoras en los niveles de inclusión social».
Tomó la palabra José Ángel Mínguez, profesor de Ginecología y Obstetricia en la UCV. Centró su presentación en la Reproducción asistida: retos y carencias. Partió de la base que «la reproducción asistida no se trata de una técnica curativa, sino de una alternativa a la reproducción normal».
Explicó en qué consiste la Fertilización in vitro (FIV) y cómo se realiza. Destacó, en este sentido, algunos de los riesgos que tiene para la madre el proceso y como consecuencia del «síndrome de hiperestimulación ovárica» o por el «embarazo múltiple»: ascitis, fracaso renal, diabetes, hemorragias post-parto…
Detalló también los riesgos para el feto, como «prematuridad, mortalidad más elevada y más casos de morbilidad». Recordó aquí las palabras de un estudio del Medical Reseach Council, con datos de 1978-1987: «Los niños procedentes de FIV, cuando se comparan con los concebidos naturalmente presentan un aumento -bajo- de malformaciones congénitas, secuelas neurológicas, retraso mental, defectos de visión y partos pretérmino, con las alteraciones que les caracterizan».
Presentó el profesor Mínguez diferentes métodos de inseminación o fecundación: inyección intracitoplasmática, transferencia embrionaria, donación de ovocitos, maternidad subrogada… A partir de este último caso, quiso plantear los tipos de maternidad con los que se encuentra la sociedad actual:
- Maternidad genética: sólo aporta los óvulos.
- Maternidad gestativa: gesta un niño tras FIV con otros gametos.
- Maternidad legal: que asume derechos y obligaciones.
- Maternidad plena: la suma de la genética, la gestacional y la legal.
Todo ello genera un gran debate en torno a los aspecto éticos de estos procedimientos. Para José Ángel Mínguez, «las técnicas de tratamiento de la infertilidad debería respetar tres bienes fundamentales». En primer lugar el «derecho a la vida y a la integridad física». Después la «unidad del matrimonio y el respeto de los cónyuges a convertirse en padre o madre solamente uno a través del otro». Y finalmente el «valor específicamente humano de la sexualidad que exige que la procreación de una persona sea como fruto del acto conyugal de amor entre dos personas».
Dejó claro que «las técnicas de reproducción asistida no se rechazan por el hecho de ser artificiales, sino que hay que valorarlas moralmente en su relación con la dignidad de la persona humana». Para el ponente supone un grave problema ético «la eliminación voluntaria de embriones puesto que se está tratando al embrión humano como un simple cúmulo de células». Y añadió el problema que suponen las pérdidas embrionarias así como el de la criocongelación de embriones.
La última ponente en tomar la palabra fue Gloria Casanova, profesora del Instituto Juan Pablo II, que abordó La dignidad del ser humano no nacido. Partió de la diferencia entre una célula, a la que considera «la parte segregada de un individuo, pero no es un viviente», y un organismo. Éste último sí es un «individuo vivo, viviente, con una identidad genética propia». La naturaleza de este organismo «la marca la especie que le da origen: un organismo engendrado en la especie humana es una vida individual humana. Es un ser humano».
Considera la ponente que «la biología demuestra que el embrión unicelular humano (cigoto) es un
organismo unicelular, es un individuo humano. Es un miembro de la especie humana de sexo masculino o de sexo femenino. Su vida forma un continuum hasta su muerte». A partir de aquí, el ser humano unicelular forma parte de una especie «cuyos individuos conjugan dos dimensiones: la biológica y la espiritual». Por ello, para Gloria Casanova el ser humano es persona, en un sentido metafísico, y por ello tiene un valor único, además de «sagrado puesto que es expresión de un acto de amor divino». Por ello «cada individuo tiene igual valor» lo que le otorga una total «dignidad».
Considera la ponente que «no cabe otra posibilidad al hecho de que el cigoto humano es persona». «Si el ser humano adulto es persona», dice Casanova, «el cigoto humano también lo es, porque la personeidad no es un momento evolutivo de un ser viviente, sino un tipo de vida. Por tanto, aparece con la existencia porque es la propia existencia».
La profesora del Instituto Juan Pablo II concluyó que «la vida es un continuo y la vida como persona comienza con la existencia, no es un momento evolutivo». Por tanto, «el ser humano, o es persona desde el mismo momento en que empieza a ser humano (organismo unicelular), o no lo será nunca: no existen personas en potencia». «No hay seres humanos que todavía no son personas, igual que no hay seres humanos que ya no son personas», afirma.
Por todo ello, lanzó un mensaje, incluso a los excépticos, puesto que «todas las personas» tienen la obligación de «proteger la vida del embrión humano». Se trata, a su juicio, «no sólo de una cuestión de moral sexual sino ante todo de una cuestión de justicia social, la nueva cuestión social», según dijo San Juan Pablo II.