Aprobada por la Congregación para la Educación Católica en Roma, la integración de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer en la Universidad Católica de Valencia (UCV) es efectiva desde el pasado 1 de enero. La oficialidad estuvo precedida de la firma del documento que hizo posible esta nueva realidad universitaria y que tuvo lugar tan sólo unos días antes, el 22 de diciembre, en presencia del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares. El pastor de la diócesis valentina, artífice e impulsor de este desposorio académico, aseguró en dicho acto que, “en una época de cambios muy importante para el futuro de los valencianos, de la diócesis y de la Iglesia en España”, había llegado “la hora de la unión; la hora de sumar”.
Ese mismo día, el decano de la Facultad de Teología, Santiago Pons (L’Énova, 1964) recalcó que la integración significaba “unir los pasos de la Facultad con una gran universidad valenciana” que permitía “sumar fuerzas para, como escribió san Juan Pablo II, realizar «una búsqueda desinteresada de la verdad, en la que la relación entre fe y cultura encuentra su sentido y significado»”.
Cada mes de septiembre el presidente de la Comisión Europea realiza una intervención en la sesión plenaria del Parlamento continental conocida como Discurso del estado de la Unión. Mayor tradición tiene el que con el mismo nombre realiza desde 1934, normalmente en el mes de enero, el presidente de EE. UU. ante el Congreso norteamericano. A pesar del poco tiempo pasado, en estas líneas Pons hace también una suerte de discurso de la unión entre Facultad y UCV; y analiza también muchas otras cuestiones de interés.
Aunque aún no haya llegado al año de su toma de posesión como decano de la Facultad, ¿cómo valora este tiempo?
Ha sido un tiempo efectivamente corto pero muy intenso, con mucho trabajo, porque ha coincidido con una serie de cambios; el más importante, la culminación del proceso de integración en la Universidad Católica de Valencia. Ahora estamos en el desarrollo de esa integración. De todos modos, se ha mantenido una continuidad en el equipo directivo de la Facultad, porque yo era antes vicedecano y en ese puesto está ahora el que era decano, Vicente Botella. Ha habido así una perfecta continuidad en la forma en que se trabajaba la adaptación de nuestros estatutos o la preparación de la forma de integración con la UCV, por ejemplo.
Más allá del trabajo que supone un cambio de estas características, ¿cómo estáis viviendo en la Facultad la inserción dentro de la UCV y qué expectativas ha creado de cara al futuro esta integración?
Lo estamos viviendo bien, pero con la sensación de sentirnos un poco desubicados en la forma de funcionar. Es decir, nosotros teníamos una manera de trabajar y, al integrarnos en la UCV, hemos de aprender cosas distintas, con lo que supone darnos de alta en diversos sistemas o conocer a fondo la intranet, entre otras novedades. Aunque todo eso genera la sensación de sentirte un poco perdido era algo que esperábamos y que durará lo que dure la época de transición.
Respondiendo a la segunda parte de tu pregunta, esta nueva realidad nos abre muchas perspectivas. La integración en un sistema académico mucho mayor permite, por ejemplo, una mejor interacción con profesores de otras disciplinas o el acceso a un mundo universitario más amplio, junto a los jóvenes de hoy en día, lo que me parece muy positivo. Por otro lado, es muy interesante el aspecto de internacionalización que conlleva la inserción en la UCV, que hará posible desarrollar convenios con más universidades y facultades de Teología. Sin olvidar, por supuesto, que formar parte de la Universidad Católica nos ayudará a sistematizar mejor nuestra investigación, adaptándonos a los criterios actuales de calidad en cuanto a cuestiones de presentación y formas de trabajar.
Regresando al día en que tomó posesión como decano de la Facultad, afirmó usted en el acto que se iba a volcar para que el estudio de Teología fuese mucho más que adquirir unos conocimientos teóricos. ¿A qué se refería?
La teología parte de la fe, porque la teología es el pensar mi fe; es decir, a dónde me lleva eso que creo, qué significa y qué consecuencias tiene. La fe no es un adorno, es esencial en la vida de la persona porque la sostiene y moldea su sentido. Por ello, la teología ayuda a que la fe se integre mejor, no sólo en el aspecto intelectual de la persona, sino en toda ella. Nos ayuda también a actualizar nuestra fe; me explico: lo que creemos ahora es igual a lo que creían los apóstoles, pero la expresión de esa fe y el modo de vivirla va actualizándose a lo largo de los tiempos. Necesitamos hacerlo para comunicarla y vivirla con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, lo que es un reto.
Eso último parece muy interesante, lo comentó también en su toma de posesión. En concreto, habló de “buscar el lenguaje adecuado” para transmitir la fe a la sociedad actual. ¿Cómo va esa búsqueda?
El lenguaje es muy importante, aunque lo primero en la transmisión de la fe es el testimonio, tu manera de vivir. Esta debe transparentar que lo que te mueve es algo distinto a lo que mueve a los demás, algo que llama la atención, algo que atrae. Pero ese testimonio siempre suscita después en el otro la pregunta: ¿qué es lo que haces? ¿qué tienes en el corazón? Entonces hay que comunicar y hacerlo de forma que el otro entienda y acoja lo que estamos comunicando. Si lo que decimos suena arcaico, a algo del pasado, la receptividad será muy escasa porque parecerá que es poco relevante hoy. Pero no es verdad, tú estás viviendo tu fe hoy y tienes que saber comunicarla adecuadamente.
Generar la teología de su tiempo es un reto de cada generación de cristianos, porque la teología no es algo que hicieron en el pasado unas personas y repetimos mecánicamente después. Lo que se transmite es la fe y esta se explica a través de la teología del momento presente.
Hay algo que creo que se da siempre por hecho y sobre lo que reflexionamos poco: estudiar Teología es sólo útil para seminaristas y para profesores de Religión que quieran ampliar sus estudios. ¿Es así y no hay que darle más vueltas?
Evidentemente no hace falta que todos los cristianos estudien Teología. Debemos conocer nuestra fe, pero no es necesaria una universal reflexión sistemática sobre ella. Por otro lado, también es cierto que los sacerdotes no son los únicos que trabajan en la transmisión de la fe y, sobre todo, en su comunicación y explicación. Además de los docentes de Religión, en ese grupo estarían los catequistas de las parroquias y muchas personas que acompañan y ayudan a la Iglesia. Cualquiera que tenga formación universitaria es muy recomendable que también piense su fe a ese mismo nivel, pues poseer una educación superior en medicina o en historia con un nivel de reflexión sobre tu fe muy bajo crea problemas intelectuales e incluso vivenciales. Si no has pensado tu fe a la altura de tu educación académica te va a parecer que tu fe es cosa de niños porque dejaste de pensar y de investigar tu fe cuando lo eras.
Por otro lado, ahora mismo hay bastantes empresas e instituciones que valoran mucho como formación complementaria los estudios de filosofía y, en general, de humanidades. Se trata de una formación que ayuda a pensar, al desarrollo del pensamiento crítico y, en ese campo, puede contemplarse también el grado en Teología. Su método de reflexión sobre el objeto de estudio es muy similar al filosófico, pero con una diferencia sustancial, claro, que aceptamos la Revelación. No obstante, eso nos ayuda a tener una cosmovisión del mundo, junto a una visión de la persona y de sus necesidades profundas. Eso es muy importante, porque estamos convencidos de que en Jesús se nos revela lo que es genuinamente humano. Si desde la filosofía o las humanidades se olvida la dimensión espiritual de la persona su reflexión no acaba de ser completa.
En 1868 se apartó el estudio de la teología de las universidades públicas españolas, con el argumento de que el Estado se ocupa sólo “de las cuestiones temporales”. La normativa se ha mantenido vigente desde entonces sin interrupción. ¿Fue una buena decisión?
La exclusión de la teología de la universidad a finales del XIX se produce a causa de una serie de problemáticas y los obispos de entonces también prefirieron que, con esos condicionantes, estuviera fuera. Nosotros estudiamos la teología católica; no pensamos en la divinidad en abstracto sino en el Dios padre de nuestro Señor Jesucristo. En ese sentido, no hacía falta que la teología saliese de la universidad. De hecho, esta surge en la Edad Media alrededor de la teología como el culmen de los estudios. Universidad y teología eran términos inseparables.
Hay muchos países europeos, como Alemania o Finlandia, en los que la teología está incorporada en su sistema universitario público. Muchos alumnos tienen allí unos estudios principales y cursan también como secundarios unos estudios teológicos o del ámbito de las humanidades.
Recordemos que la reflexión teológica sobre la fe se puede compartir con muchas otras personas porque se trata de consecuencias racionales de esta. Es cierto que la fe no es la consecuencia lógica de lo que creemos, pero no por eso la fe es irracional; que no podamos explicar plenamente el misterio de Dios no convierte a este en algo irracional, son dos cosas distintas.
La pregunta anterior iba con un poco de trampa. Se la hacía porque da la impresión de que la posición estatal adoptada desde 1868 y refrendada por todos los parlamentos constituidos desde entonces, incluidos los dictatoriales, se encuentra en contradicción en este momento, desde cierto punto de vista. Se está introduciendo en las universidades públicas españolas (y en la educación preuniversitaria también) una serie de corpus ideológicos muy cercanos al pensamiento religioso: la cultura woke, la ideología de género y el feminismo radical. Hablamos de unos estudios reglados que parten de dogmas ideológicos sin base científica cuya transgresión ha supuesto ya la condena y el acoso académico o social a lo largo y ancho de Occidente de algunos profesores; incluso, en ciertos casos, hasta la pérdida de su puesto de trabajo.
Efectivamente y, por desgracia, se está produciendo en la universidad un fenómeno que va en contra de sus propios principios, que establecen, entre otras cuestiones, que esta sea el lugar del debate de ideas, no del rechazo del otro. Se están produciendo comportamientos y planteamientos que impiden el diálogo, con la imposición de determinadas ideas. Aquel que no les hace seguidismo es excluido irracionalmente incluso del ámbito académico. Por esa razón está apareciendo también la autocensura. Es el mismo profesor quien no se atreve a decir ciertas cosas y censura su propio pensamiento por miedo. Esto es muy perjudicial y peligroso para la universidad, porque no puede darse un contraste de ideas y eso impide el avance del conocimiento.
Ha hablado usted de la importancia de las humanidades en la formación académica, en concreto, de la filosofía. Figura en su currículum que, además de ser licenciado en Teología, también lo es en Filosofía. Su doctorado, de hecho, es en este último campo del saber. ¿Cómo valora usted la expulsión de la filosofía de las aulas de ESO?
De entrada, habría que recordar que lo que otros han pensado antes nos ayuda a nosotros a pensar ahora. Por ello, tiene sentido que veamos cómo hombres y mujeres a lo largo de los siglos han ido enfrentándose a las grandes preguntas de la existencia. La filosofía nos ayuda a situarnos en la realidad y, si la eliminamos, nuestra situación será más problemática porque no podremos afrontar de forma creativa los problemas que vayan surgiendo.
El problema no es sólo que no se esté considerando a la filosofía, sino, en general, los aspectos más humanísticos de la educación. Este desprecio u olvido de las humanidades contrasta con lo que decíamos antes de la valoración que hacen de ellas muchas empresas e instituciones. A veces confundimos la educación con una mera instrucción, como el proceso mediante el que se forma en la adquisición de habilidades prácticas. No, la educación tiene que ver con el desarrollo íntegro de la persona, en su construcción, en el descubrimiento del sentido de la propia vida. Para eso hace falta que uno disponga de capacidad crítica sobre la realidad, y sin las humanidades es muy difícil que disponga de los recursos suficientes que lo hagan posible.
La pérdida de la reflexión filosófica y la minusvaloración de las humanidades tiene una trágica consecuencia: es más fácil manipular a una persona con poco espíritu crítico. Eliminar de las personas esa capacidad para convencerlas de mis argumentos es un arma muy peligrosa; mañana estará otro en el poder y querrá hacer lo mismo desde la ideología política contraria. Eliminar el espíritu crítico deja a merced de cualquiera la manipulación de la población.
Hace ya unas cuantas décadas, escogiera la carrera que escogiera, el estudiante universitario contaba entre sus asignaturas con una mínima formación filosófica. Entiendo que la desaparición de esta también habrá contribuido a un menor espíritu crítico de generaciones como la de un servidor ¿Sería bueno recuperar dicha formación?
Desde mi punto de vista, no vendría nada mal que así fuera. En los años cincuenta existía, por ejemplo, la Facultad de Ciencias, y como especialidades tenías física, química, matemáticas y otras más. Después esas especialidades se convirtieron en carreras propias y con Bolonia han surgido de estas, otras aún más concretas. La especialización es importante porque permite mayor profundización en un campo, pero también es cierto que, cuanto más profundizas, más restringes; sería interesante una perspectiva más amplia para que el propio saber no quede reducido a un ámbito de especialización. Por eso cada vez se oye más la necesidad de los estudios interdisciplinares, el diálogo entre distintas disciplinas y el abordaje multidisciplinar de un mismo problema: nos estamos dando cuenta de que una sola perspectiva sesga mucho nuestra mirada.
Hay un dato que quizás muchos no sepan sobre usted, sobre todo aquellos que le hayan conocido ya como sacerdote o profesor de la Facultad de Teología. Antes de su entrada al seminario, estudió en la universidad como muchos jóvenes de su edad y se licenció en Física. Es decir, es usted teólogo, filósofo y físico. Con este bagaje académico creo que está en una posición privilegiada para valorar las palabras de uno de los científicos más renombrados del último siglo respecto de esas preguntas sobre la existencia que mencionaba antes. El físico Stephen Hawking confesó en su libro El gran diseño (2010) que a lo largo de su carrera científica no había podido explicar varios enigmas: “¿Cómo se comporta el universo?, ¿cuál es la naturaleza de la realidad?, ¿de dónde viene todo lo que nos rodea? y ¿necesitó el universo un creador?”. Decepcionado, Hawking aseguró que “tradicionalmente estas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto, solo los físicos explican el cosmos”.
Hawkins era un buen divulgador y un gran físico, pero un filósofo muy discutible. Efectivamente, afirmaba que la filosofía había muerto porque no había sabido seguir los pasos que le había marcado la física. Desde mi punto de vista, eso es no entender qué significan ni la filosofía ni la física, porque la ciencia y la filosofía se encuentran en ámbitos distintos. La física se ocupa del mundo material y de las relaciones entre materia y energía. Así pues, su objeto no es explicar toda la realidad, sino ésta en su dimensión material y energética. Aunque cada ciencia está definida por su objeto de estudio y, por tanto, aborda un aspecto de lo real, también necesitamos una mirada global sobre la realidad y eso es lo que aporta la filosofía. Su objeto de estudio es la realidad como conjunto, como unidad.
Es cierto que en física los estudios de cosmología realizan una mirada global del universo, pero lo hacen desde una perspectiva muy concreta: su aspecto material. La filosofía quiere ir más allá. En ese sentido, ambas se complementan perfectamente. Evidentemente, la filosofía debe tener en cuenta los descubrimientos de la física y de las ciencias, en general, porque muestran aspectos nuevos de la realidad que deben integrarse en su visión de conjunto. A la vez, la física debe tener en cuenta aspectos filosóficos. La reflexión sobre el método científico, por ejemplo, es una reflexión epistemológica -y, por tanto, filosófica- sobre el conocimiento. La teología, por otro lado, ofrece la perspectiva de conjunto que busca la filosofía, pero con una apertura a la trascendencia.
El menosprecio de la filosofía por parte de algunos físicos de renombre no se circunscribe solo a las opiniones de Hawking. En ese sentido, el profesor Carlo Rovelli, del Centro de Física Teórica de la Universidad de Aix-Marseille (Francia), escribió en 2018 un interesante artículo titulado Physics Needs Philosophy. Philosophy needs Physics. Encuentra en él que las burlas a la filosofía por parte del astrofísico y famoso divulgador Neil De Grasse Tyson son ecos de la antimetafísica del Círculo de Viena (aquello de que lo único que puede reconocerse como real es lo demostrado a través del método científico). Pero Rovelli va incluso más allá: no es sólo que los físicos teóricos actuales estén influidos por ideas filosóficas al negar la utilidad de la filosofía, sino que, además, esas ideas filosóficas les están llevando en una dirección equivocada al hacer ciencia. ¿Qué opina usted?
Es cierto que, a veces, determinadas metafísicas se han querido erigir como la última palabra y se han desarrollado de una forma excesivamente abstracta o totalmente desligada de algunos aspectos de lo real. Sin embargo, cualquier físico, cualquier científico, puede darse cuenta de que hay una metafísica subyacente a su labor. El mismo Karl Popper hablaba de que quizás el científico no quiera percibirlo, pero de alguna forma hay una serie de presupuestos metafísicos que están siendo aceptados de una forma implícita en su descripción de lo real. Salvo, claro, que quieras tener una visión de la ciencia exclusivamente operativa: pensar que con la ciencia no trato de describir nada sino de construir un modelo que funcione.
Esa es una forma muy cuestionable de pensar en la física, la química o cualquier otra ciencia. Evidentemente hay que testear el modelo que estás construyendo de modo experimental, pero no puedes reducir la realidad a números. Entre otras cosas, porque se nos olvida que, para funcionar, la ciencia realiza un presupuesto previo: centrarse en aquellos aspectos que se pueden medir. Si no te acuerdas de esto después le respondes a un filósofo que eso que dice no lo encuentras porque no es mensurable. No te extrañes después de que no puedas decir nada de aquellas cosas que no son medibles cuantitativamente porque las estás excluyendo de entrada de tu objeto de estudio. En definitiva: una buena filosofía ayuda a hacer mejor ciencia.
(Entrevista elaborada por el departamento de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia)