«Un Dios que se embarra»

Leopoldo Quilez: «Un Dios que se embarra»

“Aquella ínfima cosa, el barro, se encontraba entre las manos de Dios. Cada vez que (ese barro) era tocado, esculpido, modelado, recibía honor. ¡Reflexiona! Dios estaba totalmente ocupado en aquella materia, y en ella estaba absorbido con su mano, con su pensamiento, con su actividad, con su prudencia, con su sabiduría, con su providencia y, ante todo, con su amor mismo, que le inspiraba los rasgos que quería conferir al hombre. Porque Cristo era el pensamiento de cuanto expresaba el barro… Aquel barro, que ya entonces se revestía de la futura imagen de Cristo encarnado, no era solamente obra de Dios sino también prenda (de la encarnación futura)” (Tertuliano, De resurrectione carnis, 6, 1-5).

“¿Por qué una muerte tan desolada? Para que no haya desolación donde Él no pueda estar presente. Es el Rey de los pobres y su reino ha llegado a extenderse hasta nuestros cuchitriles y nuestros tenebrosos bloques de pisos. De ahora en adelante, nadie puede caer tan bajo como para que un Dios no le haya precedido en el fondo del precipicio. Ya no aparece una mano tendida desde arriba, como la de un deus ex machina, para reducir a una farsa nuestra responsabilidad. Esa mano nos sostiene desde abajo, abriendo directamente nuestra propia historia, modelando de nuevo nuestro barro, reedificando catedrales con nuestros escombros, haciendo como los chinos cuando se rompe un jarrón: no lo vuelven a pegar con superglue, como si no pasara nada, sino que subrayan la línea de fractura con un hilo de oro. El Fuego ha aparecido en nuestras cenizas, la Luz se ha enterrado en nuestro fango. El Verbo oprime nuestras gargantas mudas por el insulto o el pavor. El Eterno nos espera hasta en los infiernos” (HADJADJ, F., Tenga usted éxito en su muerte, 326-327).

Algunos apuntes para la reflexión: Dios no nos salva del barro, sino en y desde el barro.

El ser humano es barro y aliento divino (Gen 2, 7; Si 33, 13; Job 10, 8-9; Is 64,7): debilidad ontológica y moral, fragilidad, pero cuidada, modelada e inhabitada por su Creador. El Dios alfarero saca vida del barro. Es un gesto lleno de poder, pero también de ternura y de providencia, pues, promete recreación en los momentos pantanosos de la existencia.

En la Encarnación, en la Pasión, muerte y Descensus ad ínferos Dios en Cristo ha bajado y ha asumido “nuestro barro” (synkatabasis) y, por ende, lo ha tornado un barro diferente, un barro que ya no es pura impotencia y pura nada, sino un lodo vocacionado a ser transfigurado en la resurrección. Y es que nuestro Dios es un Dios que salva desde abajo, embarrándose, pero no un Dios de barro que no puede salvar (cfr. Sal 146, 3).

Al compartir nuestra débil condición humana, Dios se hace cargo de nuestra angustia, de nuestro dolor y hasta de nuestros gritos retadores, pero, a su vez, por ser Dios, es lo suficientemente fuerte como para soportar nuestro embate (Él es el “tres veces Fuerte” (como oramos en el trisagio).

Además Dios sigue alzándonos del barro a través de su Espíritu:

  • Derramándose en los corazones sepultados por el dolor para suscitar fortaleza y spes contra spem.
  • Promoviendo la fraternidad primordial que nos inhabita en todas aquellas personas que se erigen en sus manos altruistas y generosas para los caídos y atrapados en las ciénagas de la existencia.
  • A través de los cristianos, piedras vivas del Templo de la Iglesia que se erige en sacramento de salvación integral y en Arca de Noé en medio de los diluvios de la historia.

Esta es la teología que queremos suscribir y el único credo que podemos profesar, paradójicamente el de un Dios que se embarra. Sin embargo, nuestra reflexión, como la misma fe de la que brota, se halla a veces, como ahora, tan asediada por el mysterium iniquitatis que apenas podemos balbucirla. Por eso, nos inclinamos y hacemos oración las palabras del apóstol san Pablo:

“Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4, 7-10)”.

Amén.

Reflexión escrita por el profesor Leopoldo Quilez.

2024-11-14T12:22:38+00:00 15-noviembre-2024|Profesores Facultad Teología Valencia, Reflexiones|Comentarios desactivados en Leopoldo Quilez: «Un Dios que se embarra»